Llega la primavera, y el bacalao toma protagonismo en forma de platos tradicionales de cuaresma.

Dicen que fueron los noruegos los primeros en secarlos, quedando una carne dura con una textura parecida a la madera, que después masticaban durante largo rato.

Pero los vascos le añadieron sal y prolongaron su conservación.

Debido al ayuno impuesto por la iglesia católica, que en el medievo no sólo se restringía a la Cuaresma, si no que prácticamente prohibía comer carne la mitad del año, el consumo de este pescado se disparó por su calidad y bajo precio, convirtiéndose en un elemento de riqueza para aquellos que se dedicaron a su comercialización.

Es por eso que, sobre todo las provincias de interior, donde el pescado fresco era un imposible, el bacalao en salazón suponía casi el único alimento animal permitido y fácil de conseguir, hasta que la llegada del ferrocarril dio paso a la comercialización de pescado envuelto en hielo.

Hoy día, a pesar de que las costumbres religiosas se han relajado, quedan los platos tradicionales que han roto fronteras y son conocidos por todos.

Ajoarriero, pil-pil, atascaburras, brandada, encebollado, o simplemente frito, en cada región existe una receta emblemática en la que el bacalao se corona como el rey de la primavera.

Nuestro bacalao procede del Mar de Barents, cuyas aguas dan vida a los ejemplares más apreciados de todo el mundo.

Su calidad se aprecia al primer bocado, con una jugosidad que hace que la carne se separe en suculentas lascas y suelte una gelatina excepcional.

Pide a tu proveedor el corte que más te guste y disfruta de nuestro impresionante bacalao congelado.